¡Feliz y próspero 2010!
Les desea
El Sueño del Perro: la Novela (des) esperada
Un libro es la prolongación de la memoria y la imaginación del hombre Los géneros literarios dependen quizá menos de los textos que del modo en que éstos son leídos el libro empieza a existir cuando un lector lo abre Un libro es la prolongación de la memoria y la imaginación del hombre un libro es la prolongación de la memoria y la imaginación del hombre Los géneros literarios dependen quizá menos de los textos que del modo en que éstos son leídos el libro empieza a existir cuando un lector lo
Necrópolis, de Santiago Gamboa, ganó en octubre el Premio de novela La otra orilla, 2009. El libro, 455 páginas, acaba de ser publicado por el Grupo Norma tanto en España como en América Latina.
“¿Puedo preguntarle si su historia es verdadera? Ah, todas las vainas bien contadas son verdaderas.” Necrópolis, p. 444
La más reciente novela de Santiago Gamboa se presenta como una telaraña de cuentos contemporáneos. Éstos, por diversos que sean, están atravesados por una temperatura común y unos temas que vuelven, como ocurre en las grandes sinfonías: la amistad y la traición a la amistad, el sexo y la droga como calmantes al agobio del miedo y la violencia, la angustia ante la proximidad de la muerte en un mundo que parece acercarse a la destrucción. Cada cuento repite, además, un pequeño leit-motiv, como las marcas de agua en los billetes, que funcionan como guiños de autor: el nombre Ebenezer, que regresa siempre, los humildes sánduches de pollo y las largas duchas de agua caliente que funcionan, en los personajes, como una necesaria y purificadora lluvia bautismal.
Todos los relatos que componen el libro están contenidos por una historia mayor que los enmarca como el castillo asediado por la peste en el Decamerón de Boccaccio: un congreso de biógrafos que se celebra en el hotel más lujoso de Jerusalén, el King David. Toda la ciudad, y el hotel mismo, están sitiados por la más característica de las pestes modernas: la guerra. Los hechos suceden en un hipotético futuro muy próximo al presente. Mientras los ponentes hablan durante el congreso, las bombas, las granadas, lo golpes de obús y los restos de metralla, arrecian cada vez más cerca, con un creciente tono apocalíptico.
El narrador es un convaleciente escritor colombiano que ha pasado algunos años enfermo, alejado del mundo. Después de un tiempo de éxito profesional, su vida parecía haber caído en una pendiente de fracaso y decadencia, como tantas veces ocurre en la carrera de un escritor. La invitación a Jerusalén parece una promesa de rescate y renacimiento. Las ponencias del Congreso de Biógrafos son transcritas o narradas por este primer narrador.
La fauna que asiste al congreso no puede ser más variopinta, como un resumen del mundo contemporáneo. El más importante de ellos es una especie de pastor evangélico milenarista, José Maturana, que culmina su performance en el Congreso (la tremenda biografía de un pastor latino en Estados Unidos) con un suicidio sangriento y teatral, tan teatral que el narrador duda si no se tratará más bien de un asesinato y por momentos la novela toma el rumbo de una narración policíaca.
Hay una actriz porno internacional (ítalo-franco-mexicana), Sabina Vedovelli, con un turbio pasado de drogadicción y un presente luminoso de empresaria multimillonaria. Algunos escritores ansiosos de reconocimiento editorial, enfermos de envidia y vanidad (Supervielle). Un judío colombiano, Moisés Kaplan, que narra o inventa una tremenda aventura en los Llanos de Colombia, “El sobreviviente”, en una reconstrucción con gran ritmo narrativo de una especie de Conde de Montecristo tropical. Sólo este capítulo podría convertirse, sin mayores dificultades, en una exitosa película que resuma muchas miserias colombianas actuales: mafia, guerrilla, paramilitares…
De todas las narraciones que se entrelazan en Necrópolis mi preferida es la noveleta intercalada (una biografía escrita por Supervielle) que cuenta la historia de dos grandes ajedrecistas (inventados, pero parecen más reales que Fisher) europeos del siglo 20: “La variante Oslovski & Flø”. Creo que esta nuovelle puede entrar con plenos derechos en esa hermosa saga colectiva que son las novelas de ajedrez, desde el maravilloso cuento de Stefan Zweig, pasando por La Defensa de Nabokov, hasta la muy buena italiana de Mauresing, La variante Lünenburg, y la mucho más que entretenida Tabla de Flandes de Pérez-Reverte. Lo que más me gusta en esta noveleta de Gamboa es que la variante de su historia no se refiere exactamente a algún sacrificio o alguna disposición de las torres en el tablero, sino a una actitud ante la vida: la del abandono de la competencia que se realiza en la verdadera amistad. Y no les digo más. Este capítulo se puede leer incluso de un modo aislado, como si fuera un cuento, y les aseguro que no los va a decepcionar.
Hay muchas historias en Necrópolis, algunas de fuerte contenido erótico (o pornográfico, si prefieren que no se usen medias palabras), como la autobiografía de Vedovelli, con buenas reflexiones sobre la nuda y pura sexualidad; otras con mucha carga poética, como el breve relato del mismo narrador del libro, un cuento que yo ya había oído de la boca de Santiago en un congreso al que asistimos juntos en el inmenso hotel de un misterioso balneario de Portugal, Póvoa de Barzim. Debo confesar, sin embargo, que la narración oral de Gamboa, aquella vez, era incluso mejor que su relato escrito en Necrópolis. O quizá sería la fuerza de la voz, o las pausas dramáticas del silencio lo que hacen que en mi recuerdo sea aún mejor. Se trata, en todo caso, de las últimas horas de un piloto sobre el Atlántico, que se sabe condenado a morir, y que mitiga su angustia mediante la poesía. Y no les cuento más.
En esta novela Santiago Gamboa demuestra otra vez que quizá ninguno como él, entre los narradores colombianos contemporáneos, domina con más perfección el ritmo de las historias, los recursos narrativos para conseguir que nunca decaiga la atención. Su prosa es como un río de corriente rápida, que sortea con rapidez cualquier escollo, que te lleva de la mano hasta el final sin que siquiera te des bien cuenta de lo que ha pasado. No es posible aburrirse un solo instante; hay grandes hallazgos y enormes sobresaltos; hay osadía en la exposición de los motivos y en la justificación de lo más sórdido. Hay, en resumen, un gran escritor que una vez más se merece un decidido aplauso por su insólita capacidad de narrar con viveza y de inventar con pasión y lucidez.
fuente: elespectador.com
El argumento se pone en marcha cuando Karl Marx, el visionario de la casa de Maitland Park Road, seduce a su hija en tiempos de la Primera Internacional Socialista y culmina, casi treinta años más tarde, al suicidarse ella en tiempos de Sherlock Holmes.
En un libro ecléctico, que incluye tanto ensayos y artículos publicados entre 2001 y 2007 como dos cuentos “desde el otro punto de vista”, Martin Amis aborda el mundo posterior a los atentados del 11 de septiembre, el fundamentalismo islámico y la confusa reacción de Occidente.
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¿Qué pasaría si la mayor novedad cultural no fuera digital, sino producto de la imprenta? Tal la hipótesis que plantea el escritor mexicano
Jorge Luis Borges pone en boca de un personaje,de uno de sus inolvidables cuentos, que el periodista escribe para el olvido; y se debe escribir para la memoria y el tiempo.En las "Crónicas de guerras y guerreros", Óscar Bustos escribe sus crónicas para desdecir a Borges con esa sentencia. Porque antes que periodista, Óscar es un escritor prestado a las contingencias del periodismo, donde él no acude a esa simplificación maniquea tan en boga de los medios. Además, él sí que sabe de estos: los ha trasegado, los ha vivido, pero también en su fuero por buscar la noticia, los ha trabajado y cómo los ha sufrido. Porque es un baquiano luchador que debe librar otras justas para que se le extienda un poco más la nota que precisa, condensando un retazo de la realidad y la palabra verdad perviva en la memoria que exige Borges.
Ha sido un trabajador infatigable del lenguaje, que en él ha hecho de la palabra un ejercicio trascendente y vital. Por eso sus textos están matizados en una permanente búsqueda estética y se quiere del buen decir; del escribir bien como mandaban los antiguos cronistas, los mismos que hicieron un género literario, hoy arrinconado en el olvido en los periódicos como un rara avis entre tanto texto de andanzas de memorialistas criminales como faranduleros, escuetos y vanos que nos ofrecen cada día como lo último, cada instante. También, en sus crónicas, uno se encuentra con un país fragmentado; un país urbano lastimoso pero digno, enfrentado a un país rural atravesado por los disparos de tantos ejércitos en contienda sangrienta de esa espiral histórica de la violencia endémica que no hace palpitar esa otra palabra,
que por culpa de su uso ha perdido el brillo y la limpieza que denota: paz.
Óscar Bustos, el cronista, de la mano de su prosa rápida y envolvente nos cuenta el país de las ciudades; se explaya en las descripciones de los campos como un fragor más de las batallas, con un ritmo que quiere parecerse al latido del corazón de la historia, ya sea de la experiencia de las derrotas y triunfos de un payaso jubilado; ya sea de los cruces urgentes de los raponeros frecuentes de San Victorino; ya sea de los desplazados, pues con ellos va construyendo su propio imaginario. Ya es tiempo de que se cuenten las historia de los derrotados, de los fracasados,que se encuentran hoy en baja estima. Ellos, como los triunfadores, también tienen derecho a la vitalidad de sus derrotas. Creo que con Óscar Bustos, éstos personajes están muy bien contados y van a ser vigentes en el tiempo y a permanecer en la memoria como deseaba Borges.
Lanzamiento: Feria del Libro de Bogotá. Auditorio Madre Josefa del Castillo. Sábado 15. 1.pm. Organiza Sociedad de la Imaginación.
http://www.oscarbustos.com http://mislecturascontrariadas.blogspot.com/
"Lo que pasa con Evelio es que no es mediático", me dijo una linda e inteligente periodista cuando estábamos comentando la novela 'Los Ejércitos', ganadora del Premio TusQuets de novela (2007), y calificada por 'The Independent', de Londres, como la mejor novela extranjera traducida al inglés.
Supongo que esto de 'no ser mediático' significa carecer de los atributos externos al intelecto necesarios para figurar en las páginas sociales de los periódicos, en las notas y entrevistas de la cultura 'light' y farandulera con que los medios de hoy entretienen a sus lectores, en las fáciles y veloces apariciones en televisión, etc. Desde mediados del siglo pasado, los escritores se debaten entre escribir o figurar y la mayoría de ellos se ha dedicado a lo segundo, a ser mediáticos. Me imagino que León Tolstói, si hubiera nacido ochenta años después, jamás habría escrito 'Guerra y paz'; en cambio, asesorado por un buen agente literario, Tolstói sería un huésped permanente de los medios. O bien, dedicado a escribir 'Guerra y paz', hubiese corrido, como Evelio Rosero, el riesgo de no ser mediático.
'Los Ejércitos' (2007), con independencia de los premios o de los elogios que ha merecido, es una de las grandes novelas mundiales publicadas en esta primera y ya agonizante década del siglo XXI. Su autor, Evelio Rosero, trajina en la literatura desde los años 80, en que publicó 'Ausentes' (1982), premio nacional de cuento de la gobernación del Quindío, y enseguida la hermosa trilogía de novelas 'Primera vez', compuesta por 'Mateo Solo' (1984), 'Juliana los mira' (1986) y 'El incendiado' (1988). La novela 'Plutón' (Espasa-Calpe, 2000) es, semejante a 'Los Ejércitos', una obra maestra, que acierta a desentrañar la complejidad de la vida contemporánea, arruinada por diversos factores que se entretejen: el narcotráfico, la corrupción, la violencia urbana y la infidelidad conyugal.
Evelio Rosero posee el secreto, vital para un novelista, de crear atmósferas. En 'Los Ejércitos' no le basta plantear el enfrentamiento de 'los actores del conflicto', como los ha catalogado el conocido eufemismo. Desenmaraña las causas y los efectos de ese conflicto sangriento y diabólico en el que ángeles y demonios exterminadores acaban con las ilusiones sencillas, los sueños simples, las libidinosidades inocentes y la vida física de un pueblo.
Sin que se dé cuenta, el lector es conducido de un mundo entre risueño y monótono a una estremecedora tragedia griega. Una atmósfera de horror va envolviendo, al paso de las páginas, a los personajes del libro, y al lector con ellos. La sutileza con la que se van esparciendo los vapores venenosos de la violencia no atenúa, por el contrario, intensifica el espanto de una realidad que supera toda ficción.
Nadie que lea el párrafo introductorio de la novela, "Y era así: en casa del brasilero las guacamayas reían todo el tiempo; yo la oía, desde el muro del huerto de mi casa, subido en la escalera, recogiendo mis naranjas, arrojándolas al gran cesto de palma; de vez en cuando sentía a las espaldas que los tres gatos me observaban trepados cada uno en los almendros, ¿qué me decían?, nada, sin entenderlos. Más atrás mi mujer daba de comer a los peces en el estanque: así envejecíamos, ella y yo, los peces y los gatos, pero mi mujer y los gatos, ¿que me decían? Nada, sin entenderlos", nadie imaginará que ese profesor Ismael , ya en edad de jubilación, que además de recoger sus naranjas en el huerto, distrae la vista en la contemplación gozosa y nostálgica del noble espectáculo que su bella vecina Geraldina, la esposa del brasilero, le brinda "completamente desnuda, tumbada bocabajo en la roja colcha floreada", terminará, junto con su mujer y la hermosa vecina desnuda y los tres gatos y los peces y el pueblo entero, metido en el berenjenal sanguinario que arman los ejércitos de ángeles y demonios exterminadores, de soldados, de guerrilleros y de paramilitares, de señores del narcotráfico, que en defensa cada uno de sus "principios", defensa a sangre y fuego, no se destruyen entre ellos, sino que asuelan y hacen polvo una población de gentes sencillas, comunes y corrientes, que llevaban una vida tranquila antes de que irrumpieran los ejércitos para protegerlos.
Este resumen no dice mucho, ni podría hacerlo, de la prodigiosa habilidad de Evelio Rosero en el manejo psicológico de sus personajes y de las situaciones que van creando la atmósfera letal de 'Los Ejércitos'. Esa sensación no es transferible desde una columna de periódico, y sólo en las páginas del libro la experimentará el lector en toda su intensidad dramática. "Lo que pasa con Evelio es que no es mediático." Es el mejor elogio que he oído acerca de un gran escritor en nuestros días.
Entre las constantes que se repiten en la novela del siglo XIX están el adulterio y el papel de los juegos de azar -las cartas, las ruletas, los casinos- en los desarrollos argumentales de las novelas. Del adulterio, los ejemplos cumbres acaso son Madame Bovary y Anna Karenina. Pero no son los únicos. Está, también, entre muchas, El primo Basilio, de Eça de Queiroz, y las simpares Fortunata y Jacinta y La Regenta. En cuanto al vicio de juego, la arquetípica es El jugador, de Dostoievski, punta de iceberg en donde pueden citarse obras de muchos autores, los más grandes entre ellos, como Dickens y Tolstói.
Por la identidad con estos temas novecentistas, Los días contados (1934) parece una buena, una excelente novela del siglo anterior. Cada día me convenzo más de que las mejores novelas del siglo veinte son las que más se asemejan a las del diecinueve. Entre ellas, Vida y destino, de Grossman, o El Gatopardo, de Lampedusa, esta última frecuentemente comparada con Los días contados, que apenas ahora ha sido traducida al castellano desde el húngaro original.
Los dos principales personajes masculinos de Los días contados sostienen apasionados -y, al final, correspondidos- romances con mujeres casadas. Y el demonio de uno de ellos está en el casino, en donde perderá mucho más de lo que tiene.
No se detienen en estos dos temas las afinidades de Los días contados con la narrativa del siglo anterior. Una de las principales cualidades de las novelas del siglo XIX, si no la mayor, consiste en esa capacidad para envolver al lector con la narración, de modo que queda literalmente atrapado en la fluidez de la prosa, en el suspenso de la historia, inclusive en la belleza de las descripciones. Quien inicie la lectura está enganchado en una doble y eficaz y deliciosa trampa: uno no puede parar de leer y, a la vez, no quisiera que el libro se acabara.
En particular con Tolstói hay otras afinidades: el retrato de una aristocracia decadente que, sin saberlo, se asoma al abismo de su disolución en medio de una vida social intensa, llena de fiestas, de bailes, de derroches. Y que, si participa en política, es en los intervalos de sus frivolidades vividas en la inconsciencia de lo que se les viene encima: "Para convocar el Parlamento..., en verano había que tener en cuenta la caza de la perdiz, en septiembre la del ciervo, a principios del invierno la del faisán y en la primavera los días de carrera, para poder intercalar las asambleas entre estos acontecimientos. Cuando acababan las carreras de Budapest, comenzaba la temporada de derbis en Viena, que atraía a mucha gente. Por tal razón, se descartaba esa época del año para organizar eventos importantes". Por contraste con esta vida muelle, el principal personaje de Los días contados, Bálint Abády, mantiene viva la llama de la justicia que, en su caso, como en el del protagonista de Resurrección, la formidable novela de Tolstói, consiste en atender sus propiedades con planes que favorecen a quienes, no por eso, dejarán de ser sus siervos.
El momento de las historias que se relatan en Los días contados es el comienzo del siglo XX. La amalgama de naciones -y de idiomas y culturas- que forman el Imperio austrohúngaro no logra cuajarse. Las fronteras políticas no siempre coinciden con algún tipo de conciencia común de las nacionalidades; y lograrlo es imposible porque en todas partes hay minorías. La aristocracia transilvana es preponderantemente húngara, mientras la mayoría de la población es rumana. Los intereses de la capital imperial, sita en Viena, no siempre van en la misma dirección que los valores serbios o húngaros o rumanos. Finalmente la situación reventará con el asesinato del heredero de la corona y el estallido de la Gran Guerra. Pero Los días contados no llega hasta ese momento; habrá qué esperar la traducción de otras novelas Bánffy, ese clásico moderno de las letras húngaras, que desde ya anuncia Libros del Asteroide.
Bánffy nació en Kolozsvár, la capital de Transilvania -hoy Cluj-Napoca, Rumania-, el 30 de diciembre de 1873. Pertenecía a la nobleza húngara. Fue diplomático y político -como Bálint Abády, el protagonista de Los días contados- y llegó a ser ministro de relaciones exteriores de su país en 1921. Publicó novelas y obras de teatro, pero el advenimiento de los regímenes comunistas relegó sus libros a un ostracismo que tan sólo terminó hace muy pocos años con las primeras traducciones de su obra al inglés y al francés. Bánffy murió el 6 de julio de 1950.
elpais.com/cultura/babelia
EL OTRO DÍA TUVE LA ENÉSIMA discusión que he tenido, en estos tiempos de E-books y Readers, sobre la muerte del libro, y la verdad es que el asunto ya comienza a cansarme.
Como tantos otros debates tanatológicos (la muerte de la novela, la muerte de la ópera, la muerte de la pintura figurativa), éste tiene un vicio que lo condena desde el comienzo: las dos partes están hablando de cosas distintas. Cuando alguien sostiene que la maravillosa invención del libro electrónico traerá el fin del libro en papel, no está pensando en el mismo libro en papel que tiene en mente un lector de literatura cuando sostiene lo contrario. La razón es simple: no lo usan para las mismas cosas.
Sí, sí: ya sé que el libro electrónico tiene sus ventajas. Ya sé que los tomos del diccionario de Rufino José Cuervo, que en mi biblioteca ocupan más de un metro de estantería, cabrán en uno solo de esos libritos; ya sé que un editor que tiene que revisar tres o cuatro manuscritos en un fin de semana se llevará un E-book a la casa, en lugar de 1.200 páginas encuadernadas. Pero los entusiastas de la muerte del libro parecen empeñados no en traernos estas pruebas fáciles, sino en probar que también Crimen y castigo y Austerlitz serán mejor leídos en las pantallas asépticas del nuevo bebé informático. Es como si la literatura se hubiera vuelto la enemiga número uno de esta secta tecnológica: no descansarán hasta que la última novela en papel haya desaparecido de la faz de la Tierra. Eso, nos dicen, es el progreso.
Y el tema es que el libro no puede progresar: como la rueda o la pala, tiene el mal gusto de ser perfecto. Hay cosas que han cambiado, como las técnicas de impresión y la manera en que se cose el lomo, pero en esencia el último libro publicado ayer no es diferente de la Biblia aquella del viejo Gutenberg. Esto, claro, tiene una consecuencia importante: el libro es duradero. Hoy podemos leer esa Biblia, y eso, para los fabricantes de libros electrónicos, es terrible: es lo contrario del negocio. Su producto tiene que ser reemplazable dos años después por uno mejor, una nueva generación; tiene que ser susceptible de dañarse (si le entra agua o arena, si alguien le pone encima algo pesado); tiene que caducar. El libro en papel, ese aguafiestas, no caduca. No se daña. Apenas si se desgasta.
Pero no es cuestión de romanticismos o nostalgias. Para mí no hay nada tan práctico como la utilidad de mis notas en tres colores: cada color me sirve para un proyecto distinto. El tipo de papel y de letra me hablan del gusto del editor, que habla de la calidad del libro. Luego hay cosas más indemostrables, sí: los lectores de literatura, por ejemplo, se relacionan con el grosor de una novela de maneras particulares. Comprobar con las manos y los ojos que la escena más importante de una novela ocurre a la mitad, o que un motivo que encontramos cuando hemos leído una cuarta parte se corresponde con otro que hay cuando nos falta una cuarta parte para el final, nos dan informaciones acerca del libro que un lector de textos técnicos no entiende muy bien. Nos dan idea de su forma y su arquitectura, y el solo hecho de que una novela tenga arquitectura y forma despierta desconfianza en quienes no leen novelas.
Que suelen ser los que fabrican los libros electrónicos.
Es que así es muy difícil.
elespectador.com
El lector de El país de la canela, la novela de William Ospina premiada con el Rómulo Gallegos, se siente sobrecogido ante el ritmo constante de la narración; ante su pulso seguro y vigoroso; ante el logo potente que traduce el río y la selva, los animales nuevos, los seres fantásticos, las heridas y las muertes, y que, con el dominio de una retórica invencible y de una poesía castellana bellamente clásica, circunscribe el drama de un viaje condenado.
Pero también puede sentirse contrariado por tanto rigor, por la ambición panorámica de la descripción e, incluso, por la inteligencia arrolladora del autor; después de todo, el asunto del libro es una expedición alucinada a través de la noche de la selva amazónica, a través del gran espacio abierto que es principio y fin del mundo, y su trasunto es la desembocadura de una realidad en otra: la cifra de la identidad latinoamericana transida de inefabilidad, traspasada por la violencia y el sueño, extraviada en la cronología de la historia. En esa medida, el lector echa de menos un silencio o un susurro que oponga resistencia a la arquitectura de la obra.
El país de la canela está narrada en primera persona por un mestizo que, en busca de la herencia que le ha legado su padre, se suma a la accidentada expedición de Pizarro y Orellana hacia una de las versiones de El Dorado: un bosque de árboles de canela en la maraña del Nuevo Mundo. En lugar del tesoro de uniformidad que buscaba, encuentra la variedad de la Selva Amazónica y, en ella, los límites de su cuerpo y de su voluntad. En lugar del padre, encuentra a la madre. En lugar de salir al bosque de canela sale al mar, y emprende entonces el camino a Roma, donde recupera el otro cabo del ovillo de su discurso: los descubrimientos intelectuales del Renacimiento y la Baja Edad Media que hicieron posible la aventura americana. Magistralmente, Ospina ubica en la bisagra entre los dos mundos la noticia sobre las guerreras amazonas, cuya aparición convierte a América en el pasado mítico de Europa.
El hecho de que la primera persona del conquistador /conquistado parezca haber estudiado historia, historia del arte, teoría literaria y antropología en el siglo XXI es criticable sólo superficialmente. La atemporalidad del punto de vista hace pensar en El país de la canela como un objeto mágicamente superpuesto a la historia; como una incursión real del presente en el pasado. Ahora bien; volviendo al principio, el libro es sobre la selva, pero la forma de su discurso es el uniforme bosque de canela. Ésta no es una crítica negativa. Es más bien la evidencia de que el texto se entiende tan bien a sí mismo que la vitalidad de su intención desborda su método e incluso su lengua.
elespectador.com
CUANDO ESTÁ CANSADA DE VERAS, invito a Isabel Barragán a tomar el algo en el café Le Gris, de Oviedo, que se llama así en honor a Leo Le Gris, uno de los seudónimos (¿o heterónimos?) del poeta León de Greiff.
La veo ojerosa, no lánguida ni escurrida, ojerosita. “Estoy exhausta”, dice y, al instante, yo, malpensado, pienso en su marido, ganadero de nueva generación. “No, no es eso”, dice. “Trabajar, cansa”. Me atropellan, entonces, algunos versos de Lavorare stanca, de Cesare Pavese: “Los dos, tendidos sobre la hierba, vestidos, se miran a la cara / entre los tallos delgados: la mujer le muerde los cabellos / y después muerde la hierba. Entre la hierba, sonríe turbada”. O sea, casi como nosotros pero sin tanto yerbajo.
“Estoy leyendo unos mamotretos de filosofía que me prestó un colega, el profesor García Barrientos”. “¿Filosofía?”, digo. “Antropología filosófica o filosofía antropológica, aún no sé bien. Peter Sloterdijk, puro pensamiento de vanguardia. “Habla de burbujas, espumas, esferas…”. Me quedo embelesado. Ella dice “esferas” y yo, pese a que lo intento, no puedo dejar de atisbar su busto perfecto, Dios me perdone. “¿Leer te cansa?” “Jamás”, dice. “Pero laborar, sí”. Revuelve la espuma del capuchino y, sin previo aviso, arremete contra la enseñanza de la lectura en el bachillerato. “Hacen leer a la brava. Imagínate, un placer y lo vuelven obligatorio… ¿Acaso no saben que leer es dejar de ser?”. Trato de captar la idea. “Leer es dejar de ser”. Sonríe y dice: “Al leer, dejamos de ser lo que somos para convertirnos en lo que leemos. Por ejemplo, cuando leo Cien años de soledad siempre me siento Remedios, la bella”. Oh, embeleso el mío: la imagino entre los alacranes del baño de la casa de Úrsula Iguarán, desnuda, lejana, cándida, con la espalda sin enjabonar. “A mí también me gustaría subir al cielo en cuerpo y alma”, dice. Me alarmo: “¿Tenés fiebre o qué?”
Se encoge de hombros. “¿Por qué unas personas leen y otras no? Conozco señoras, ejecutivas de mercadeo, empollonas, felices de no haberse leído un libro en sus puercas vidas, ¡ni uno solo!”. “Patético”, digo. “Y, al contrario, he visto peladitos de veinte años que como trombas se devoran los seis volúmenes de The second world war, de Winston Churchill, ese exótico Nobel de párrafos versátiles y monotemáticos, densos y sagaces. No entiendo, la verdad. ¿Será el mito de Pigmalión? ¿Se obtiene lo que se desea?” El que no entiende soy yo. “Desean que la gente lea poquito y, a cambio, obtienen televidentes adictos”, dice. “En gustos no hay disgustos”, digo, pero Isabel está de mal genio. “Claro, pendejo, por eso estamos como estamos”. Se va sin despedirse. Y yo que quería leerle el final del poema de Pavese, “…aquel cuerpo de mujer que hará suyo / será, lujurioso y sin pudor alguno, el de ella”.
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Rabito de paja: Andrés Felipe Arias, also known as Uribito, dice que quiere ir de Carimagua a la Casa de Nariño, del desastre agrario a la Presidencia. ¡Mera hecatombe, papá!
*Autor de I love me putamente. Novela que hace parte de una trilogía.
Hola Marcelo:
Tu que lo sabes todo, me puedes recomendar, mejor, hablar sobre Jonathan Littell. el ganador del Goncourt con una novela gigante llamada Las benévolas. ¿Si vale la pena leerlo? tengo un problema es que yo me creo todo lo que dicen los comentarios y muchas veces el resultado no es el que me esperaba. Que vaina! Deberían regular eso, como publicista que soy, creo que están faltando a la Etica al promocionar un producto, qué mentiras.
Ayúdeme,
Un abrazo,
Mauricio.
Querido Mauricio:
Primero aclararle que yo no me las sé todas; segundo, que trato de saberlas, es otra cosa...Pues, su pregunta me dio pie para buscar en google(este si se las sabe todas!) y encontré sobre el escritor que me pregunta, le copio un blog que más o menos informa:
http://thekankel.blogspot.com/2006/09/jonathan-littell-revelacin-en-francia.html
Ahora, como premisa básica personal,yo voy a los tanteos con los libros. Me valgo mucho del voz a voz. Radiobemba dicen en nuestro mágico Caribe. Nunca me he dejado guiar por los betseller's como tales(en mis inicios como novel lector por esa época, estaba en el ambiente Cien años de soledad, como un verdadero fenómeno de betseller y ese libro tuvo que esperarme ocho años para yo llegar a leerlo) y tampoco guio mis lecturas por los listados, que son enteramente comerciales, ¡Oh! Las editoriales y su mercadeo! Ahorita mismo en España se vive un fenómeno editorial con la novela de Ruíz Zafón, que indaga sobre ese pasado de la guerra civil española, que es un karma para todos los españoles, y vendió en los primeros días la bicoca de 300mil ejemplares(este podría ser un tema para una novela de indagación del texto en el texto con los con-textos sociales de un texto; pero ahora me acuerdo que esto en la literatura, ya se hizo, desde Don Quijote, con el padre de la novela, Don Miguel de Cervantes, y no es nada nuevo.)
Aquí cabría otro listado sobre los escritores que conviven su concepción de narrativa, con los temas que tienen que ver con su propia teorización del texto que tienen en obra, y se ha vuelto hoy una especie de moda. Creo que hay un escritor casi profesionalizado en este aspecto Vila-Matas, si no estoy mal informado.
Pero volviendo a su angustiada pregunta, y la ética, es que esos libracos, tan gordos, de pronto valgan la pena solo como para trancar puertas en desnivel( con nobles excepciones como por ejemplo 2666, Los detectives salvajes, y Paradiso, y Rayuela, y Noticias del imperio, y el mismo Don Quijote) y paro de textos tan voluminosos y supuestamente pesados y llenos de páginas, con apretada letra menudita( me acuerdo ahora del Ulises, y de ese libro que a usted le fascina, que es una saga de libros: En busca del tiempo perdido.)Recuerdo ahorita un personaje escritor de Rubem Fonseca, que reflexiona sobre la literatura diciendo que un gran libro puede ser la guía de teléfonos!
Pero ya, en serio y sobre su pregunta esencial sobre la ética, es que hay que ir por los libros que superen una generación como mínimo.Y a propósito de generaciones. Vivo con alegría cómo se está leyendo a un contemporáneo nuestro(me refiero a la edad cronológica) Andrés Caicedo, se está leyendo con furor entre los jóvenes más jóvenes, y ya supera una generación su libro cuasi póstumo: Qué viva la música.
Borges se llenaba la boca diciendo que él felizmente no le debía nada a sus contemporáneos. Y le doy toda la razón porque él sólo se preocupó de los eternos temas, y lo hizo con toda la ética.Se le hacía abominable la publicación como la cópula y los espejos porque hacen proliferar los libros y la gente!
Así, pues, a esperar que el tiempo decante los libros...
Un feliz año literario de lecturas, escrituras, y por supuesto de
muchos libros, sean o no betseller's...
Un abrazo
Marcelo