21.2.09

Leer es dejar de ser



Por: Esteban Carlos Mejía*

CUANDO ESTÁ CANSADA DE VERAS, invito a Isabel Barragán a tomar el algo en el café Le Gris, de Oviedo, que se llama así en honor a Leo Le Gris, uno de los seudónimos (¿o heterónimos?) del poeta León de Greiff.
La veo ojerosa, no lánguida ni escurrida, ojerosita. “Estoy exhausta”, dice y, al instante, yo, malpensado, pienso en su marido, ganadero de nueva generación. “No, no es eso”, dice. “Trabajar, cansa”. Me atropellan, entonces, algunos versos de Lavorare stanca, de Cesare Pavese: “Los dos, tendidos sobre la hierba, vestidos, se miran a la cara / entre los tallos delgados: la mujer le muerde los cabellos / y después muerde la hierba. Entre la hierba, sonríe turbada”. O sea, casi como nosotros pero sin tanto yerbajo.

“Estoy leyendo unos mamotretos de filosofía que me prestó un colega, el profesor García Barrientos”. “¿Filosofía?”, digo. “Antropología filosófica o filosofía antropológica, aún no sé bien. Peter Sloterdijk, puro pensamiento de vanguardia. “Habla de burbujas, espumas, esferas…”. Me quedo embelesado. Ella dice “esferas” y yo, pese a que lo intento, no puedo dejar de atisbar su busto perfecto, Dios me perdone. “¿Leer te cansa?” “Jamás”, dice. “Pero laborar, sí”. Revuelve la espuma del capuchino y, sin previo aviso, arremete contra la enseñanza de la lectura en el bachillerato. “Hacen leer a la brava. Imagínate, un placer y lo vuelven obligatorio… ¿Acaso no saben que leer es dejar de ser?”. Trato de captar la idea. “Leer es dejar de ser”. Sonríe y dice: “Al leer, dejamos de ser lo que somos para convertirnos en lo que leemos. Por ejemplo, cuando leo Cien años de soledad siempre me siento Remedios, la bella”. Oh, embeleso el mío: la imagino entre los alacranes del baño de la casa de Úrsula Iguarán, desnuda, lejana, cándida, con la espalda sin enjabonar. “A mí también me gustaría subir al cielo en cuerpo y alma”, dice. Me alarmo: “¿Tenés fiebre o qué?”

Se encoge de hombros. “¿Por qué unas personas leen y otras no? Conozco señoras, ejecutivas de mercadeo, empollonas, felices de no haberse leído un libro en sus puercas vidas, ¡ni uno solo!”. “Patético”, digo. “Y, al contrario, he visto peladitos de veinte años que como trombas se devoran los seis volúmenes de The second world war, de Winston Churchill, ese exótico Nobel de párrafos versátiles y monotemáticos, densos y sagaces. No entiendo, la verdad. ¿Será el mito de Pigmalión? ¿Se obtiene lo que se desea?” El que no entiende soy yo. “Desean que la gente lea poquito y, a cambio, obtienen televidentes adictos”, dice. “En gustos no hay disgustos”, digo, pero Isabel está de mal genio. “Claro, pendejo, por eso estamos como estamos”. Se va sin despedirse. Y yo que quería leerle el final del poema de Pavese, “…aquel cuerpo de mujer que hará suyo / será, lujurioso y sin pudor alguno, el de ella”.

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Rabito de paja: Andrés Felipe Arias, also known as Uribito, dice que quiere ir de Carimagua a la Casa de Nariño, del desastre agrario a la Presidencia. ¡Mera hecatombe, papá!


*Autor de I love me putamente. Novela que hace parte de una trilogía.

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