15.7.09

El astillero de Onetti




Alfonso Carvajal
El pasado 1 de julio se cumplieron los cien años del nacimiento de Juan Carlos Onetti, un autor que cautivó a varias generaciones por su rara y lánguida literatura, por su densidad que lo emparentó con los orígenes primarios del existencialismo, un escepticismo digno del más solitario de los hombres, y sobre todo, por sumergirnos con sórdida lucidez en los terrenos harto difíciles de la ficción. La creación de una ciudad que es espejismo y realidad a la vez, producto de la magia de la palabra: Santa María, es la gran invención del escritor uruguayo. Seguramente situada en las márgenes de la banda oriental del río de La Plata, la ciudad imaginada, es la elucubración de una honda elaboración formal, de la búsqueda de un tono y ritmo esenciales, que tras experimentar una y otra vez, en novelas magníficas e imperfectas, en cuentos inolvidables, asechado por la gloria y el fracaso, plasman con ruda certeza su empedrado literario.
Volví a leer El astillero, una de las novelas que más encarna y esculpe el férreo y triste mundo onettiano: "Estoy contento porque hace un rato sentí la desgracia, y era como si fuese mía, como si solo a mí me hubiera tocado y como si la llevara adentro y quién sabe hasta cuándo". Inmerso en sus ambientes herméticos, de relámpagos grises y lascivas imágenes, admiré sus paisajes interiores atravesados por aires de tangos primigenios, en el cual la tragedia alcanza cimas insospechadas: "Pudo verse, por segundos, en un lugar único del tiempo; a una edad, en un sitio, con un pasado. Era como si acabara de morir, como si el resto no pudiera ser más que memoria, experiencia, astucia, pálida curiosidad".
Y uno de sus alter ego, Larsen, ya viejo, conciente de su decadencia, nos pasea fumando su agonía por un mundo irreal -a la manera de Kafka donde la literatura y la vida son un ensayo en tensión-, un astillero habitado por sobrevivientes, fantasmas, que de la mano de la ficción de un demiurgo nos hablan desde una desesperanza infinita. Seres que extraviados en las páginas de un libro tienen una oportunidad más. Cruzado el laberinto nos esperan el poder, la miseria, el erotismo: "Se hizo desnudar y continuó exigiendo el silencio durante toda la noche, mientras reconocía la hermandad de la carne y de la sencillez ansiosa de la mujer".No importa que no existan, están entre nosotros, más vivos que otros vivos, rasgándose el alma nos hablan, su voces "en un camino de limaduras de plata... exigían un hombre". Santa María es la patria de la utopía hecha lenguaje y Onetti su idóneo escultor.

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