10.11.09

Necrópolis, de Santiago Gamboa

Necrópolis, de Santiago Gamboa, ganó en octubre el Premio de novela La otra orilla, 2009. El libro, 455 páginas, acaba de ser publicado por el Grupo Norma tanto en España como en América Latina.

Por: Héctor Abad Faciolince

“¿Puedo preguntarle si su historia es verdadera? Ah, todas las vainas bien contadas son verdaderas.” Necrópolis, p. 444

La más reciente novela de Santiago Gamboa se presenta como una telaraña de cuentos contemporáneos. Éstos, por diversos que sean, están atravesados por una temperatura común y unos temas que vuelven, como ocurre en las grandes sinfonías: la amistad y la traición a la amistad, el sexo y la droga como calmantes al agobio del miedo y la violencia, la angustia ante la proximidad de la muerte en un mundo que parece acercarse a la destrucción. Cada cuento repite, además, un pequeño leit-motiv, como las marcas de agua en los billetes, que funcionan como guiños de autor: el nombre Ebenezer, que regresa siempre, los humildes sánduches de pollo y las largas duchas de agua caliente que funcionan, en los personajes, como una necesaria y purificadora lluvia bautismal.

Cubierta española de Necrópolis

Todos los relatos que componen el libro están contenidos por una historia mayor que los enmarca como el castillo asediado por la peste en el Decamerón de Boccaccio: un congreso de biógrafos que se celebra en el hotel más lujoso de Jerusalén, el King David. Toda la ciudad, y el hotel mismo, están sitiados por la más característica de las pestes modernas: la guerra. Los hechos suceden en un hipotético futuro muy próximo al presente. Mientras los ponentes hablan durante el congreso, las bombas, las granadas, lo golpes de obús y los restos de metralla, arrecian cada vez más cerca, con un creciente tono apocalíptico.

El narrador es un convaleciente escritor colombiano que ha pasado algunos años enfermo, alejado del mundo. Después de un tiempo de éxito profesional, su vida parecía haber caído en una pendiente de fracaso y decadencia, como tantas veces ocurre en la carrera de un escritor. La invitación a Jerusalén parece una promesa de rescate y renacimiento. Las ponencias del Congreso de Biógrafos son transcritas o narradas por este primer narrador.

La fauna que asiste al congreso no puede ser más variopinta, como un resumen del mundo contemporáneo. El más importante de ellos es una especie de pastor evangélico milenarista, José Maturana, que culmina su performance en el Congreso (la tremenda biografía de un pastor latino en Estados Unidos) con un suicidio sangriento y teatral, tan teatral que el narrador duda si no se tratará más bien de un asesinato y por momentos la novela toma el rumbo de una narración policíaca.

Hay una actriz porno internacional (ítalo-franco-mexicana), Sabina Vedovelli, con un turbio pasado de drogadicción y un presente luminoso de empresaria multimillonaria. Algunos escritores ansiosos de reconocimiento editorial, enfermos de envidia y vanidad (Supervielle). Un judío colombiano, Moisés Kaplan, que narra o inventa una tremenda aventura en los Llanos de Colombia, “El sobreviviente”, en una reconstrucción con gran ritmo narrativo de una especie de Conde de Montecristo tropical. Sólo este capítulo podría convertirse, sin mayores dificultades, en una exitosa película que resuma muchas miserias colombianas actuales: mafia, guerrilla, paramilitares…

De todas las narraciones que se entrelazan en Necrópolis mi preferida es la noveleta intercalada (una biografía escrita por Supervielle) que cuenta la historia de dos grandes ajedrecistas (inventados, pero parecen más reales que Fisher) europeos del siglo 20: “La variante Oslovski & Flø”. Creo que esta nuovelle puede entrar con plenos derechos en esa hermosa saga colectiva que son las novelas de ajedrez, desde el maravilloso cuento de Stefan Zweig, pasando por La Defensa de Nabokov, hasta la muy buena italiana de Mauresing, La variante Lünenburg, y la mucho más que entretenida Tabla de Flandes de Pérez-Reverte. Lo que más me gusta en esta noveleta de Gamboa es que la variante de su historia no se refiere exactamente a algún sacrificio o alguna disposición de las torres en el tablero, sino a una actitud ante la vida: la del abandono de la competencia que se realiza en la verdadera amistad. Y no les digo más. Este capítulo se puede leer incluso de un modo aislado, como si fuera un cuento, y les aseguro que no los va a decepcionar.

Hay muchas historias en Necrópolis, algunas de fuerte contenido erótico (o pornográfico, si prefieren que no se usen medias palabras), como la autobiografía de Vedovelli, con buenas reflexiones sobre la nuda y pura sexualidad; otras con mucha carga poética, como el breve relato del mismo narrador del libro, un cuento que yo ya había oído de la boca de Santiago en un congreso al que asistimos juntos en el inmenso hotel de un misterioso balneario de Portugal, Póvoa de Barzim. Debo confesar, sin embargo, que la narración oral de Gamboa, aquella vez, era incluso mejor que su relato escrito en Necrópolis. O quizá sería la fuerza de la voz, o las pausas dramáticas del silencio lo que hacen que en mi recuerdo sea aún mejor. Se trata, en todo caso, de las últimas horas de un piloto sobre el Atlántico, que se sabe condenado a morir, y que mitiga su angustia mediante la poesía. Y no les cuento más.

En esta novela Santiago Gamboa demuestra otra vez que quizá ninguno como él, entre los narradores colombianos contemporáneos, domina con más perfección el ritmo de las historias, los recursos narrativos para conseguir que nunca decaiga la atención. Su prosa es como un río de corriente rápida, que sortea con rapidez cualquier escollo, que te lleva de la mano hasta el final sin que siquiera te des bien cuenta de lo que ha pasado. No es posible aburrirse un solo instante; hay grandes hallazgos y enormes sobresaltos; hay osadía en la exposición de los motivos y en la justificación de lo más sórdido. Hay, en resumen, un gran escritor que una vez más se merece un decidido aplauso por su insólita capacidad de narrar con viveza y de inventar con pasión y lucidez.

fuente: elespectador.com

1.11.09

Entre la farsa y la tragedia

El argumento se pone en marcha cuando Karl Marx, el visionario de la casa de Maitland Park Road, seduce a su hija en tiempos de la Primera Internacional Socialista y culmina, casi treinta años más tarde, al suicidarse ella en tiempos de Sherlock Holmes.
Karl Marx con su hija Eleanor (centro) y Friedrich Engels
Carlos Franz
Dicen -los que no han ido a la fuente- que Karl Marx habría escrito, en El 18 Brumario de Luis Bonaparte , que cuando la historia se repite lo hace como farsa. En realidad KM escribió que "Hegel diría" que la historia se repite: "Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa". Por eso somos ridículos cuando intentamos cambiar la historia invocando el pasado. Sólo el marxismo escaparía a ese determinismo, por la puerta del futuro. "La revolución social [...] no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir." (Los diagnósticos de KM solían ser superiores a sus remedios.)
El señor Marx no está en casa , la novela de Ibsen Martínez (Caracas, 1951), parodia aquel aserto marxiano. Su narrador quiere escribir una obra de teatro basada en la relación de Karl con su hija Eleanor, la talentosa y atormentada "Tussy", que renunció al amor por órdenes de su papá -que no renunciaba a ningún amor-, y que acabó malcasada con un estafador y suicidándose en 1898. El narrador conjetura que Tussy terminó de ese modo porque, en su adolescencia, habría sido víctima de aquello que la cursilería en boga llama "agresión sexual intrafamiliar". "El argumento se pone en marcha cuando Karl Marx, el visionario de la casa de Maitland Park Road, seduce a su hija en tiempos de la Primera Internacional Socialista y culmina, casi treinta años más tarde, al suicidarse ella en tiempos de Sherlock Holmes." El drama de Eleanor estaría servido para una obra de teatro que revisaría incógnitas históricas a la luz de nuestras certezas presentes. El narrador sueña escribir esa tragedia que, de pasada, lo reivindicaría como "autor serio", lo convertiría en un Tom Stoppard caribeño. Pero no puede porque las telenovelas que debe escribir para ganarse la vida interrumpen y arruinan su proyecto. El narrador intenta escribir una tragedia. Pero le sale una farsa: esta novela.
Incapaz de urdir su utopía teatral, opta por entregarnos los fragmentos del drama frustrado, revueltos con el argumento de su propio fracaso vital como teledramaturgo y amante caribeño. Los amores complicados, las enfermedades y las ambiciones burguesas del "culebronero" venezolano, contados con implacable autoironía, se alternan con documentadas reconstrucciones del Londres victoriano y evocaciones de la vida del filósofo, tan grandiosa en aspiraciones y tan miserable en sus limitaciones. El contraste es francamente cómico (con esa pizca de dolor auténtico que exige el buen humor).
Hoy, caído el marxismo de sus pedestales en todos sitios (excepto Cuba, Corea del Norte y algunas universidades estadounidenses), el egoísmo familiar de KM (que embarazó a su sirvienta y luego la separó del hijo bastardo enviándolo a criarse con una familia proletaria) interesa poco como inconsecuencia ideológica. Incluso una hipotética pederastia incestuosa con su hija no suscita mucho más escándalo (porque ya no esperamos más de él que de cualquier otro filósofo, "humano, demasiado humano"). Es la estrategia narrativa y el estilo lo que hacen del libro de Ibsen Martínez un triunfo.
La estrategia: fracasar "anticipadamente" en la ambiciosa teatralización de la disfuncional familia Marx, resignarse a no interpretar el pasado con "la poesía del futuro", salva al autor de caer en la tram(p)a marxista, precisamente: creer que la historia tiene leyes discernibles y unívocas. Es preferible un honesto tropezar con los escombros a la ilusa construcción de una dialéctica ( malgré Hegel).
El estilo: aquella inseguridad en las estructuras históricas y dramáticas propicia la soltura verbal de esta novela. Todos los recursos del culebrón humanizan el egoísmo de KM y la neurosis de su hija. La escena en que un viejo Karl forunculoso se emborracha para atreverse a conocer a su hijo bastardo, o el suicidio de Tussy, inducido por su grotesco amante, se nos narran como el melodrama que sólo una farsa puede representar. A veces, a la manera de un libreto televisivo, los diálogos llevan entre corchetes una indicación perentoria: "[Risas]". Allí, donde el respetable público lector debería reír, es precisamente donde la farsa se muerde la cola. Donde vuelve a ser tragedia. Pero tragedia menor: íbamos a cambiar la historia del mundo, en nombre del futuro. Y no pudimos cambiar ni la historia de nuestra familia. Íbamos a escribir un drama aleccionador y la vida nos dio una lección. La "poesía del porvenir" reside en ignorarlo.
© Letras Libres
El señor Marx no está en casa Por Ibsen Martínez. Editorial Norma. 269 Páginas.