26.9.09

Vidas honorables

Por: Juan Esteban Constain
A veces un libro extraordinario se consume en la soledad de unos pocos lectores (o en la de unas cajas, o en la mesa voraz de un editor), mientras otros, aterradores, van por el mundo recogiendo alabanzas y vendiendo indulgencias.
Le pasó a El Gatopardo, por ejemplo, que es quizás la mejor novela italiana del siglo XX y una de las reflexiones más bellas sobre la estupidez humana y la necedad del poder y la Revolución. Su autor era Giuseppe Tomasi di Lampedusa, un príncipe siciliano que pasaba sus días (maestro) comiendo dulces y leyendo a los clásicos. Pues escribió su novela magistral, y la mandó a sendas editoriales de Italia que la rechazaron con desdén: ese libro tan raro y tan bueno no se iba vender. El Príncipe murió, y sólo un año después la Feltrinelli lo puso en la vitrina gracias a la hija de Benedetto Croce. Así nació un clásico.
Ha habido en Colombia libros así. No sólo en la literatura (las Notas de don Nicolás Gómez Dávila o las traducciones homéricas de López Álvarez; los ensayos de Mendoza Varela), sino también en la historia o en la sociología. Libros como El pensamiento colombiano en el Siglo XIX, de Jaime Jaramillo Uribe, o como El Poder Político en Colombia de Fernando Guillén Martínez; como La Revolución en América de Álvaro Gómez Hurtado, o Bizancio el dique iluminado de Álvaro Uribe Rueda: libros reveladores, en fin, que logran darle a nuestro pasado una explicación llena de lucidez, que no concede con las modas y las imposturas, y las tonterías, que se tejen por igual en la Ciencia y las ideologías.
Hay un libro así, estupendo, que ha pasado completamente inadvertido en Colombia. Se llama Vidas Honorables y lo escribió Victor M. Uribe-Urán. En él se nos explica cómo el ejercicio del Derecho y sus prerrogativas burocráticas, fue en nuestra historia (1780-1850) un procedimiento cultural, no necesariamente económico, para la configuración y la manipulación del poder político, y para obtener desde la abogacía un reconocimiento social hereditario y casi sacramental; casi mágico y religioso. Tanto, que muchos de nuestros próceres de la Independencia no eran sino eso, tinterillos y burócratas a la española, que hicieron la Revolución desde el poder y para seguir exprimiéndolo. Funcionarios y aristócratas y primos, los descendientes de Don Pelayo, que se revelaron para que los dejaran donde estaban. Como El Gatopardo.
Un libro excelente este de las Vidas Honorables, aunque como dice mi amigo Gabriel García, “con ese título no puede ser sobre colombianos”.
Si tiene alguna pregunta sobre historia envíela a notastacitas@gmail.com
Fuente:http://elespectador.com http://mislecturascontrariadas.blogspot.com

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