Su nombre está en las quinielas del Nobel cada año. Y sin embargo, a pesar de su talento excepcional y sus maravillosas historias, Cees Nooteboom no es un autor muy leído. Arcadia conversó con él
Lo que uno quisiera escribir sobre Cees Nooteboom ya está escrito en sus libros. Y lo que uno quisiera decirle, después de haberlos leído, ya lo hizo a su manera el gran Antonio Tabucchi: "Me encontré a Tabucchi una vez y de repente viene hacia mí y me da un beso, dos besos, y me dice: 'Eso es por ¡Mokusei!' ¿Está bien entre autores, no? No pasa muchas veces". Me contó Nooteboom, en impecable español, en la entrevista telefónica que concedió para Arcadia. ¡Mokusei! es uno de sus cuentos, en el que un fotógrafo holandés se enamora de una modelo japonesa y entre las muchas cosas que piensa, cree que ese amor tan grande sólo se explica porque cada uno desea ser el otro: "No lo podía decir, pero era lo que había pensado a menudo: que él quería convertirse en ella y tenía la sensación –sin que ninguno de los dos hubiera dicho nunca algo por el estilo– de que a ella le pasaba exactamente lo mismo, que ella, por idiota que pueda sonar, intentaba tomar posesión de su cuerpo no para tenerlo a él, sino para ser él". Y todo el texto tiene la misma densidad y la misma cadencia de este fragmento.
Cees Nooteboom (su nombre se pronuncia Ceis y su apellido Notbom, que es 'nogal' en holandés) nació en La Haya en 1933. El recuerdo más vívido que tiene de sus primeros años, y que bien podría pertenecer a alguno de sus personajes, es el de su padre poniendo una silla en la terraza de la casa para sentarse a ver el bombardeo nazi del aeródromo de Ypenburg, en 1940. Pero el mismo Nooteboom ha dicho que si bien hay gente que puede rastrear su infancia entera con fechas, escuelas y eventos, como si fueran un computador, él no puede hacer eso: "Algunas veces me pregunto si realmente estuve ahí".
Su padre los abandonaría durante la guerra para luego morir en el bombardeo a La Haya, en 1945. Su madre, Johanna Pessers, se mudó a Tilburg, se casó de nuevo y entonces Nooteboom empezó su peregrinaje por varios internados católicos —uno de ellos dirigido por monjes franciscanos, otro por agustinos— y de esa época conserva una enorme gratitud por "los buenos hermanos" que le enseñaron latín y griego. Pero aclara en la entrevista, con mucho humor: "Pero… ¡ellos me han arruinado!". Y aquí aparece otro rasgo distintivo de Nooteboom: parece haber tenido la típica infancia europea de posguerra —incluso aburrida—; rara vez habla de ella y, a diferencia de tantos escritores contemporáneos, no ha escrito libro alguno en el que la evoque.
No terminó el bachillerato, tuvo algunos trabajos de escritorio, y empezó a viajar: "A la edad de diecisiete años le dije a mi madre: 'Me voy'. De cierta manera, nunca he vuelto". Y en los sesenta años que han pasado desde entonces, Nooteboom ha conocido cuarenta países y ha escrito más de cuarenta libros entre poemarios, traducciones, novelas y crónicas de viaje. Pero así como en sus novelas los personajes nunca caen en clichés, en sus crónicas periodísticas, llenas de datos útiles y bien ordenados, se percibe también la pátina de una búsqueda interior. Hotel Nómada, una antología de sus mejores crónicas (prologada en la edición en español por su amigo Alberto Manguel), recoge la filosofía de Nooteboom desde el instante en que empezó a viajar: "A partir de aquel momento opté por una vida que hoy llamo la mía, la existencia del que escribe y describe en el mundo de las apariencias, pero ¿cuántas palabras hay que escribir para ser capaz de leer una única palabra?" "Leo filosofía de vez en cuando, pero no he estudiado filosofía. He leído mi Platón, mi Nietzsche, y también a Heidegger. Hay filosofía en todos lados. A lo mejor, también hay un poco de filosofía que sale de mi propio imperio". A lo mejor la hay en lo que se pregunta Alma, la joven narradora de Perdido en el paraíso, mientras yace al lado de su amante maorí, en Australia: "¿Existe la pornografía sin porno? Mejor dicho, ¿existe la pornografía exclusivamente como concepto, sin representación gráfica alguna?" Pero las referencias filosóficas en Nooteboom no son las del escritor que quiere impresionar con sus conocimientos, ni las del que pretende entrar a disertar con los filósofos. Es evidente que la ha leído juiciosamente, pero es más bien irreverente con ella: "Sobre eso estaba escribiendo ahora. ¡Ja!, un capricho, completamente absurdo, pero bueno: Lutero en una misma habitación con Derrida y Baudrillard. Acabaría sin dificultad con su mascarada. Aunque… contra un talmudista y un jesuita…", piensa Arno Tieck, un personaje de El día de todas las almas.
A principios de los 50, Nooteboom realizó su primer viaje en autostop por Escandinavia y luego por Provenza, y de ahí surgió su primera novela, Philip y los otros (1955), que recibió muy buena acogida por parte de la crítica, así como el Premio Anne Frank. A su ópera prima le seguirían algunos libros de poesía, hasta que Nooteboom sintió que el lenguaje poético lo limitaba: "Necesitaba que mi obra perdiera tanto lirismo. Para escribir se requiere de un cierto connaissance du monde. Por eso empecé a viajar". Y ese uso de extranjerismos que se cuela en su obra y en su conversación no es del escritor políglota y esnob sino el del viajero cosmopolita con una sólida educación clásica, pero que se ha visto obligado a aprender otras lenguas para enfrentar la vida que ha escogido: "Quien huye de la realidad es aquel que se queda en casa sometido a la rutina de la vida diaria, porque no puede soportar la amarga sabiduría que proporciona el viaje", dice en Hotel Nómada. Y esa amarga sabiduría aparece por doquier en sus textos. En medio de la descripción de las infames condiciones de los mineros en Bolivia amarga (1968), se lee: "De vez en cuando el silencio queda interrumpido por el grito de un pájaro invisible que sueña un sueño de terror". Tal vez los libros de viajes de Nooteboom son, como afirmó Richard L. Kagan, crítico del New York Times, en su reseña de El desvío a Santiago (1992): "Una especie de Guía Michelin para el alma".
Aunque su dominio del francés, el inglés y el alemán es casi perfecto, nunca ha pensado en escribir en otra lengua que no sea su holandés natal: "Siempre digo que cuando yo escribo en holandés es como si tocara el órgano. Si escribiera en inglés, sería como tocar la guitarra". Esa conciencia musical de su lengua materna, sobre la que sus personajes disertan con tanta frecuencia, viene acompañada de un singular patriotismo: "Holanda es un país difícil de comprender. Somos una tribu un poco rara y no nos entienden", afirma con el mismo humor que usa en su ensayo ¿Cómo ser europeos?: "¿Cómo se convierte uno en europeo? Para empezar, siéndolo, cualidad que se adquiere, por ejemplo, naciendo en los Países Bajos. Quien está convencido de que conoce el mundo mucho mejor de lo que el propio mundo se conoce, es que es holandés".
Después de su primera novela, Nooteboom publicó libros de poesía, la novela El caballero ha muerto (1963), y crónicas de viajes, entre las que se destacan la de la invasión soviética a Hungría, en 1956, y las de mayo del 68. En 1967 fue nombrado editor de la revista Avenue, de gran tiraje en Holanda, para la cual tradujo a poetas como César Vallejo (por quien profesa una gran admiración) y Wallace Stevens, entre otros. Y mientras continuaba con sus viajes, en 1980 publicó Rituales, que luego sería adaptada al cine, y que es quizá su novela más famosa y a partir de la cual empezó su etapa más productiva como novelista.
En 1989 fue invitado por el Servicio de Intercambio del gobierno alemán a vivir un año en Berlín, lo que le permitió ser testigo de la caída del muro (sobre la que escribió varias crónicas, recientemente recopiladas en el libro Berlín 1989-2009). En esta ciudad hizo amistad con el filósofo Rüdiger Safranski y con el pintor Max Neumann, quien luego ilustraría las portadas de algunos de sus libros. Desde entonces divide su tiempo entre Berlín, las afueras de Ámsterdam y Deiá, en la isla de Menorca, donde tiene una casa que se puede ver en un video de YouTube.
En cuanto a su libro más querido, dice que si tuviera que escoger uno, éste sería La historia siguiente, esa novela delirante en la que un profesor de escuela secundaria, Hermann Mussert, se acuesta una noche en su casa de Ámsterdam y se despierta al día siguiente en Lisboa. Pero lo interesante de Mussert es que, a diferencia de lo que hacen los profesores en la literatura contemporánea, no se enreda con la estudiante por la que siente fascinación, sino con una profesora (con cuyo marido, la estudiante, Lisa D'India, inicia una aventura por su lado). Nooteboom escribió esta novela para la Semana Holandesa del Libro, un evento anual en el que un escritor recibe el encargo de escribir una novela con un número determinado de palabras, que será distribuida de forma gratuita. Aunque recibió fuertes críticas en su país, ya que el estilo es muy diferente al de sus otras novelas, este fue el libro que lo catapultó en Alemania y de ahí al resto de Europa: "Pasan cosas raras con los libros", dice, y a continuación pregunta si sus libros son muy costosos en Colombia y si llegan las ediciones de bolsillo: "No me interesa vender. Me interesa ser leído".
En su ya larga carrera como escritor, Nooteboom ha recibido, además del Premio Anne Frank en 1957, el Premio de Poesía de la Comunidad de Ámsterdam en dos ocasiones (1960 y 1965), el Premio de Periodismo por sus crónicas sobre mayo del 68, el prestigioso premio Pegasus por Rituales (1982), el Constantin Huygens (1992), el Aristeion por La historia siguiente (1993) y, en noviembre pasado, el Premio Holandés de las Letras, el galardón más importante de los Países Bajos.
Es un lugar común afirmar que en la concesión del Premio Nobel de Literatura hay un componente claramente político. Desde hace varios años la Academia Sueca parece decidida a desmentir esa afirmación, como parecen confirmarlo los premios Nobel otorgados a Elfriede Jelinek, J.M. Coetzee y Jean-Marie Le Clézio, quienes, si bien tienen posiciones políticas que podríamos llamar liberales, son en esencia novelistas dedicados a su oficio. Sobre el Premio Nobel Nooteboom dijo: "Me interesa para ser leído. Sería arrogante decir que no. Pero es una lotería y yo no puedo decir nada al respecto". Y recuenta la anécdota de su amigo el poeta belga Hugo Claus, que murió en 2008, y quien fuera otro de esos eternos candidatos al Nobel: "Claus decía: 'Ahora es tiempo de que me lo den por razones humanitarias'. Pero Claus murió sin recibirlo", dice Nooteboom, y después de una pausa agrega: "Como mis maestros: Borges, Proust, Nabokov, Kafka y Calvino".
Tal vez Nooteboom, como su obra, quede a la altura de los que él considera sus maestros, pero tal vez le den el Premio Nobel porque es un gran cronista, traductor y poeta, y un novelista excepcional. Porque en sus obras no hay frases célebres que se puedan citar fuera de contexto. Porque su humor es exquisito. Porque escribe y describe sin posar como escritor. Porque leerlo es un goce estético e intelectual. Porque es elegante con el lector. Porque, en resumen, recoge la cultura europea sin dejar de dialogar con el resto del mundo. Su próximo viaje será a China, Japón y Corea ("donde han publicado mis libros y bueno… Me interesa… Pero claro, no puedo leerlos"). Su próximo proyecto: Cartas a Poseidón. "Son cartas a Poseidón porque son dioses olvidados, ¿no? Inmortales, pero también olvidados, ¿y cómo es ser un dios olvidado?" Y mientras esta revista está en la imprenta, Nooteboom estará de viaje, tratando de pasar inadvertido, "lo cual no es sino una forma de desaparecer, que es en definitiva de lo que se trata".
En el mercado
Hotel Nómada
Cees Nooteboom
Debolsillo
2007
224 páginas
$29.000