Es que le bastó leer Canción del Este
para comprender la magia que pueden encerrar unos pocos versos. Fue
entonces cuando Antonio García Ángel, que nunca había entendido qué era
eso que la gente tanto amaba de los poemas, se lo agradeció para
siempre.
Así que un día supuso que podría saldar esa
deuda, escribir algo sobre Mutis, quizá analizar su obra. Pero ¿qué
decir de este escritor y de sus libros que no se hubiera dicho ya?
Mutis, al igual que todo gran escritor, lo sabía, estaba súper
estudiado. “Eso les pasa a los escritores importantes, digamos, se
escribe sobre ellos hasta el exceso, rayando en la estupidez”, dice.
En
una de sus relecturas, sin embargo, descubrió esa veta etílica que
salpica buena parte de sus novelas: esa tendencia a ubicar a sus
personajes en bares o cantinas para que fuera justo allí donde
sucedieran hechos trascendentales que darían un giro a sus vidas, y a
las historias, claro.
“Un día me pidieron que fuera a dar una
conferencia sobre literatura en la Biblioteca Luis Ángel Arango, así que
pensé que hablar de este tema sería interesante y releí una vez más su
obra”, cuenta. Cayó en la cuenta que el sitio donde más disfrutó Maqroll
de una relativa calma y de los cuidados de Flor Estevez en La nieve
del Almirante fue en una tienda que hacía las veces de bar; que fue en
un café de Port Said donde Maqroll había conocido a su amigo Bashur; que
abandonado a su suerte en Ciudad de Panamá, lo primero que hace
Maqroll, una vez consigue un cuarto donde dormir, es salir en busca de
un bar; que buena parte de su obra, en fin, se sucedía, en bares,
burdeles y cafés como el Pink-Surprise, el Floating Paradise, el
Boadas.
Fue de allí, de esas relecturas, de donde salió Jumma de
Maqroll el Gaviero , una ‘lectura etílica’ de 78 páginas que revela
los lugares y los tragos que apasionaron no solo a los personajes de
Mutis, sino a Mutis mismo. Su título es una parodia a la ‘Summa’ poética
del escritor.
Antonio, ¿cómo eso de su deuda con Mutis?
Cuando
estaba empezando la Universidad, yo tenía sensibilidad de leñador para
la poesía. Me gustaban las novelas, los cuentos, pero cuando yo leía
poesía no entendía nada y decía “¿eso qué es?”. El primer poeta que me
hizo encontrarle el gusto fue Mutis, concretamente con Canción del
Este, que fácilmente puede ser uno de mis poemas favoritos en la vida y
que lo puedo recitar ahora mismo aunque puede que con algunas
imprecisiones.
Es un poema sobre la búsqueda de la felicidad, esa
que siempre estás buscando y resulta que está en otra parte y casi
que vez cómo se te escapa. Desde allí le encontré el encanto a la poesía
y eso siempre se lo voy a agradecer.
Y de allí pasó a sus novelas...
No
recuerdo bien si lo había leído antes, pero sí, empecé a leerlo por
puro placer y se convirtió en uno de mis escritores favoritos.
¿Y lo de la lectura etílica cómo se dio?
Un
día empecé a notar esa veta ‘etílica’. Di una conferencia sobre el
tema y lo trabajaba por ratos, casi que con la frecuencia con la que uno
se limpia el ombligo. Pero al final me puse juicioso, rastreé datos,
encontré un fax con una de sus recetas; encontré a Arnulfo Julio, un
amigo suyo con quién había escrito un decálogo del buen bebedor, y así,
hasta que le presenté la idea en Tragaluz y les gustó.
El libro refleja ese espíritu de sibarita que tenía Álvaro Mutis…
Mutis
era esencialmente un ‘bon vivant’. Y qué mejor muestra que su amistad
con García Márquez. Es que, ¿quién podía estar más en las antípodas de
Mutis que García Márquez? Sin embargo, eran los mejores amigos. Eso
refleja su voluntad de siempre pasarla bien. Yo nunca lo conocí en
persona, nunca lo vi, pero por lo que le leí era un hombre con un gran
carisma. Y era en esas reuniones con sus amigos, como la que menciono
con Roberto Burgos Cantor y Arnulfo Julio, que departían animadamente a
inventarse cosas como esa del decálogo del buen bebedor.
¿Cómo es eso del decálogo?
Pues
yo había encontrado en un par de pasajes de las novelas que había unas
reglas para beber. Y eso me despertó las ganas de encontrar las pistas
como en una especie de labor de detective. Di con dos artículos, uno en
El Tiempo y otro en Soho, y en ambos hablada Mutis de unas reglas a la
hora de tomar, y enunciaba algunas, unas cinco o seis. Es decir que
para él era una especie de arte, el beber. Pero después de eso fue que
descubrí ‘Señas particulares’, las memorias de Roberto Burgos Cantor, en
donde se revela que Mutis había creado un decálogo junto con su amigo
Arnulfo Julio. Y me empieza este afán por descubrir los otros
mandamientos... tenía cinco o seis, me faltaban los otros. Así que llamé
a Burgos. Por dentro rezaba para que Julio estuviera vivo y bueno,
finalmente pudimos hablar y completé no los diez, pero sí nueve...
El décimo mandamiento queda a discreción de cada lector...
Exacto.
Y en el libro lo digo: a él le habría encantado esa idea de que cada
uno agregara el suyo. Pero también me di cuenta de que ese decálogo era
una especie de juego, para pertirse. Era una especie de trabajo en
proceso.
De este decálogo cuál es inviolable...
El 6: “Aprende que cada momento tiene su licor, escógelo”.
Y su décimo mandamiento...
Tener alguien con quién pasar el guayabo.
De todos los bares que habitaron Maqroll, Abdul Bashur, Vincas y otros personajes de Mutis, ¿cuál lo sedujo más?
Me
dio mucha curiosidad el Boadas, por la historia del lugar. También
porque es el único bar que repite en dos pasajes diferentes. Pero además
porque otro de los escritores que más me han gustado a mi, Manuel
Vásquez Motalván, de quien me encanta la saga de Carvalho, el
detective privado, también escribió sobre el Boadas. Mutis y Montalván
son escritores muy diferentes, y que ambos se hayan detenido a hablar de
este bar me pareció curioso.
Es célebre la receta de Mutis para preparar un dry Martini, pero usted revela varias. ¿Cuál compartiría con los lectores?
El
‘Maqroll’, un coctel concebido por Mutis en honor de su personaje: en
un vaso de old fashioned debe servirse vermut rojo Noilly Prat hasta una
tercera parte; luego agregarle una copita de carpano Punt e Mes y otra
de whisky Jack Daniels. Luego servir con tres cubos de hielo y media
rebanada de naranja. Este lo escribió él a máquina y lo envió por fax a
María Paulina Ortiz, cuya copia publico en el libro.
Sorprende el desdén de Mutis por el aguardiente…
Es
que el aguardiente es un trago duro, o mejor dicho, no es suave en todo
caso. Pero creo que muchos de los gustos que uno tiene son culturales.
El aguardiente hace parte de la cultura alcohólica de Colombia, porque
todas las regiones tienen su aguardiente.
El libro está dedicado a su papá, por la buena literatura y los buenos tragos... ¿Uno sí bebé con el papá?
Hace
muchoa años mi papá mandó hacer un bar en la casa con una pequeña barra
y con las copas arriba, con mezcladores y todo. Yo creo que su momento a
mi mamá le debió haber parecido medio lobo el asunto, pero él lo hizo y
yo crecí con ese bar y me simpatizaba. Y cuando estoy con mi papá
siempre tratamos de abrir una botella de algo, pero siempre bajo el
noveno mandamiento de Mutis, que es fundamental, no emborracharse.
Pero sí disfrutamos de uno o dos tragos. Y creo que eso también es
uno de los insumos que hizo que yo terminara haciendo ese libro.
Ya no hablando de Mutis, sino de sus bares, ¿cuáles hacen parte de su educación sentimental?
Yo
diría más bien mi formación psicomorboafectiva, y en Cali, por
supuesto, Martyn’s está en primer lugar. Pero también Stockolm Inn, al
que iba en una época en que no pedían cédula; o Toledo, de un amigo mío
del colegio. Y pasé noches maravillosas en Copelia, que quedaba en
frente de donde hoy está el Gato de Tejada. Y es una pena que ya no esté
la casa donde funcionaba, que era hermosa. Y cuando me vine a Bogotá,
pues Barbie, Music Factory y diría que In Vitro...
Después de este ensayo, ¿vuelve a la novela?
De
hecho acabo de terminar una novela hace como mes y medio. Es una
novela corta, de cien cuartillas no más, y es una historia de esos
personajes que se derrumban, que caen en desgracia. Uno de esos
personajes a los que le quebrás el espinazo moral… En esas estoy, con la
intención de corregirla antes de que se termine el año. Pero es es otra
historia.